Ayer fui a la marcha convocada por CTERA, CTA y ATE en repudio al asesinato del profesor Carlos Fuentealba.
Miles de personas manifestaron su indignación por la muerte de un profesor que en una protesta salarial en la provincia de Neuquén fue asesinado cuando a través de la luneta del automóvil en que viajaba, una granada de gases lacrimógenos disparada desde muy cerca le dio en la cabeza.
No voy a referirme aquí al asesinato, que ya bastante difusión tiene, sino a otro aspecto.
La protesta social, no está cargada de política partidaria.
Éso se ve en la heterogeneidad de los que participan de las marchas y en el hecho de que son protestas pacíficas.
Al acercarme al lugar del acto, me tocó pasar por donde estaban los partidos de izquierda. Por ser el acto en una zona céntrica, las calles están llenas de negocios; casi todos parcialmente cerrados.
Por donde estaban los convocados por las agrupaciones de trabajadores no alineadas a ningún partido político, los negocios seguían abiertos.
Estuve al pie del palco y luego me corrí unos metros hacia la mitad de la manzana, y me llamó la atención un quiosquito que tenía sus exhibidores que llegaban hasta la vereda misma, repletos de golosinas.
Era muy difícil desplazarse, pero la gente se acercaba para comprar gaseosas, cigarrillos, golosinas.
Nadie parecía tener en mente la idea de que era sencillo hurtar algún chocolatín, pastillas, o lo que fuera.
¿Y por qué alguien tendría que estar pensando en éso?
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