Hace apenas un par de días tuve una discusión sobre política con un amigo.
No hubo argumentos ni datos que le hicieran ver otra realidad que la que él veía «con sus propios ojos».
No era una cuestión de ver el vaso medio vacío o medio lleno.
El argumento me sonaba a «pero el vaso no está lleno hasta el borde».
Cuando le aportaba datos, los negaba, dudando de las fuentes.
Al llegar a este punto, decidí que era mejor dejar que hiciera su catarsis sin hacer ningún otro comentario.
Luego de un tiempo en el que evidentemente seguí dándole vueltas al asunto, llegué a una conclusión:
Él, como muchos otros, no es que ve las cosas mal. Tampoco es que no pueda ver las cosas bien, sino que las siente (de sentimiento, no de sentidos) muy mal.
Además, él y muchos otros, no tienen ningún interés en ver.
Tengo la sensación de que tienen terror a enfrentarse con ciertos datos irrefutables que les hagan ver que estaban -por lo menos en algunos puntos- equivocados. Se refugian en un búnker a prueba de datos y niegan sistemáticamente que provienen de lugares absolutamente independientes.
Como ejemplo cito que la fuente era un organismo de las Naciones Unidas, y la respuesta fue que esos organismos publicaban lo que el gobierno quería, no los datos verdaderos.
Otro argumento es «yo ando por la calle y veo la realidad».
Para los que «andan» -transitan- por la Ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, deberían saber que según el Instituto Geográfico Nacional tiene 200 km². Si no le quieren creer al IGN, en la Wikipedia dice que son 202 km².
Si lo hacen por todo el país, sólo en la parte continental son 2.791.810 km². Si nuevamente dudan del organismo oficial, en la Wikipedia dice 2.780.400 km².
Sigue siendo mucho para recorrer y poder ver las realidades con sus propios ojos.
No quiero embarcarme en discusiones fútiles. Sé que si alguno de los que ven todo mal empezó a leer este post, seguramante no ha llegado hasta este punto.
De todas maneras, quiero poner algo que Enrique Santos Discépolo decía por los ´50s refiriéndose a los que en ese entonces veían «todo mal».
«Resulta que antes no te importaba nada y ahora te importa todo. Sobre todo lo chiquito. Pasaste de náufrago a financista sin bajarte del bote. Vos, sí, vos, que ya estabas acostumbrado a saber que tu patria era la factoría de alguien y te encontraste con que te hacían el regalo de una patria nueva, y entonces, en vez de dar las gracias por el sobretodo de vicuña, dijiste que había una pelusa en la manga y que vos no lo querías derecho sino cruzado.
¡Pero con el sobretodo te quedaste! Entonces, ¿qué me vas a contar a mí? ¿A quién le llevás la contra? Antes no te importaba nada y ahora te importa todo. Y protestás. ¿Y por qué protestás? ¡Ah, no hay té de Ceilán!
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