En el afán por buscar fotos impactantes que reflejen el espíritu humano de destrucción, he recorrido muchos lugares por todo el planeta, encontrando dondequiera que fuese señales de esa tendencia a hacer trizas lo que otros han construido.
Fue en Europa del Este que hice estas fotos.
¿El lugar?
Ni lo recuerdo bien ni me interesa.
¿La fecha?
Otro dato que no viene al caso.
Simplemente su vista me sirve como ejemplo de lo que el hombre puede hacer.
Estos edificios a punto de desmoronarse me hicieron sentir insignificante, no sólo por estar a muy poca distancia de su colosal volumen, sino por la sensación de miedo constante de que comenzara a caer mientras los recorría.
Seguramente no quedan registros de quiénes habitaron en su interior; ni siquiera había rastros de animales o alimañas que hayan buscado refugio.
Es ahora, mientras estoy escribiendo esto, que me doy cuenta de que debí haber corrido un gran peligro al aventurarme entre los escombros, porque los animales saben o presienten el peligro inminente y se alejan; los hombres desoimos esos mensajes y cometemos locuras como la que yo cometí al recorrer edificios a punto de caer.
Les muestro y comento las fotos:
Tuve que acercarme para cerciorarme que lo que a la distancia parecía un rostro, no lo era.
Tal vez el alma de la última persona que pisó el edificio antes de su destrucción quedó atrapada en las ruinas y aún no se ha ido.
Sea lo que sea, insisto en que en ese pedazo de muro hay un rostro que grita.