Estaba triste por una amiga, que hasta que se murió no supe que lo era.
Hasta que se fue no supe que la quería mucho… y desde hacía mucho.
Estaba mirando por la ventana, la ciudad estaba gris, con el cielo nublado y el agua mojando las veredas.
De pronto, un pájaro se posó en los cables de la luz que tengo enfrente.
No hacía otra cosa que mirarme.
De pronto se puso a cantar, siempre con la mirada fija en mí.
¡Reconocí la música!
A partir de ese momento, supe cuál era la letra de lo que estaba cantando.
No era un pájaro, era una pájara.
Llevaba tanto tiempo sin verla ni oirla, muchos años, que no la había reconocido.
Era la pájara pinta.
En voz muy bajita canté con ella.
Cuando terminamos, me sonrió -no sabía que los pájaros podían hacerlo- y se fue.
Supongo que a buscar otras ventanas.
Me enseñó que se puede llorar cantando.
Ahora sé que voy a pensar en «mi amiga» muchas veces.
Cuando vea una mariposa, un perro salchicha, una naranja, una vaca vieja, un mono liso, una tortuga; incluso cuando sean las 5 de la tarde y sea la hora de tomar el té.

Tantas veces te mataron…
Tantas veces te moriste…
Que en esta última vez, ni van a poder volverte a matar, ni vas a estar muerta jamás.