En el afán por buscar fotos impactantes que reflejen el espíritu humano de destrucción, he recorrido muchos lugares por todo el planeta, encontrando dondequiera que fuese señales de esa tendencia a hacer trizas lo que otros han construido.
Fue en Europa del Este que hice estas fotos.
¿El lugar?
Ni lo recuerdo bien ni me interesa.
¿La fecha?
Otro dato que no viene al caso.
Simplemente su vista me sirve como ejemplo de lo que el hombre puede hacer.
Estos edificios a punto de desmoronarse me hicieron sentir insignificante, no sólo por estar a muy poca distancia de su colosal volumen, sino por la sensación de miedo constante de que comenzara a caer mientras los recorría.
Seguramente no quedan registros de quiénes habitaron en su interior; ni siquiera había rastros de animales o alimañas que hayan buscado refugio.
Es ahora, mientras estoy escribiendo esto, que me doy cuenta de que debí haber corrido un gran peligro al aventurarme entre los escombros, porque los animales saben o presienten el peligro inminente y se alejan; los hombres desoimos esos mensajes y cometemos locuras como la que yo cometí al recorrer edificios a punto de caer.
Les muestro y comento las fotos:
Tuve que acercarme para cerciorarme que lo que a la distancia parecía un rostro, no lo era.
Tal vez el alma de la última persona que pisó el edificio antes de su destrucción quedó atrapada en las ruinas y aún no se ha ido.
Sea lo que sea, insisto en que en ese pedazo de muro hay un rostro que grita.
Restos de un sistema que ya no me puede decir nada. Calefacción o refireración, es lo mismo.
A medida que me acercaba, notaba la similitud con el Partenón. Salvando los siglos y estilos, claro.
A pesar de la evidencia del esfuerzo, la estructura resistió los embates de los destructores.
Me impactó lo compacto de los escombros y el entramado de hierro que lo reforzaba… ¿qué habrá debajo?
Las plantas son las únicas que no le prestan atención al peligro. Cornisas o ruinas, cualquier lugar les es bueno para echar raíces. Una vida corta parece justificar el riesgo.
Una palomita posada entre los hierros retorcidos… Si se llegase a desmoronar el edificio, ¿podría escapar?
Quizás sí.
Aquí me daba la sensación de que un gigantesco puño hubiera aplastado gran parte del edificio, dejando sólo una miserable parte en pie.
En este lugar, sólo el basamento y un pedazo de estructura.
Me pregunto si todo el proceso de derrumbe habrá sido rápido…
Otro edificio aplastado por el puño gigante.
Destruído hasta los cimientos. Nada quedó a salvo…
Un corto pasaje sin destruir del todo.
Cuatro puertas que ya no dan a ningún lado.
Desde un sótano, puedo ver la luz del día. Evidentemente no hubo ningún lugar en donde estar a salvo.
Subiendo para llegar al exterior. Tan sólo para encontrarme con más destrucción.
Mi productora recortada contra los restos de una estructura aledaña a la que yo me encontraba.
Al aumentar la foto pude descubrir algo que se me había escapado cuando estuvimos allí: Un intento de imprimirle humor a la destrucción escribiendo NARNIA y una flecha indicando una puerta a niingún lado…
Y aquí un trozo de estructura incomprensiblente sano, aunque las escaleras ya no cumplan con su misión.
Ahora quisiera hacer una aclaración:
Podría haber titulado este post como «Un viejo frigorífico dejando paso a edificios de departamentos» y haber hecho trizas el clima de tristeza que creé o que al menos traté de crear.
Podría haber contado una historia poco atractiva de cómo un frigorífico abandonado cerca de mi casa estaba dejando paso a un complejo de departamentos.
Hasta podría haberles dicho que la productora no era tal, sino mi esposa, o como muchos la conocen: Teresita.
Sigue pareciéndome mejor el clima desolador de un lugar ignoto en lo que antes fuera un país detrás de la cortina de hierro. Por lo menos nos permite imaginar historias que seguramente pudieron haber sucedido lejos, muy lejos.