Para seguir, y creo que terminar, con el tema de prohibir (censurar) lo que podemos ver o no, me voy a referir a la noticia de que la justicia finalmente permitió la muestra de León Ferrari.
Censurar es sinónimo de prohibir.
Y cuando alguien censura, es porque considera que hay otros que no podrían superar el shock que les causaría encontrarse con – por ejemplo – una muestra de arte (lo de arte es una definición difícil de aplicar), como por ejemplo la del artista (lo de artista tendría que haber estado entre comillas) León Ferrari.
¿Quién le dijo al censor que era una persona mental y espiritualmente superior como para poder decidir qué es lo que afectaría al resto de los mortales y qué no?
¿Dónde se capacitó/estudió para ser un «elegido» de entre todos los mortales?
¿Un mandato divino lo elevó por encima de toda la humanidad?
Sin ser psicólogo, voy a tratar de dar un punto de vista «psicológico»:
Los que tratan de censurar, creen – de alguna manera – que lo que a ellos los golpeó, a otros va a pegarles mucho más fuerte y los afectará, por lo tanto se sienten en la obligación de «cuidarlos» de que no tengan contacto con un «elemento tan peligroso».
Otra clase de censores no prohíben para proteger a los otros, sino para protegerse ellos.
Si consiguen limitar la capacidad de raciocinio de la gente, quedará susceptible de ser manejada por quien no tiene ese tipo de limitaciones.
Ante la menor cantidad de opciones, la elección puede llegar a ser «dirigida».
¿Quienes son los que desde los principios de la humanidad organizada ejercieron censura?
Los autoritarios.
Los que ostentan el poder y quieren seguir haciéndolo.
Y son los que están en el poder mediante la política y/o la religión.
Los dictadores queman libros, prohíben a los escritores que traten determinados temas, prohíben publicar a determinados autores, etc.
Las religiones tratan de evitar de que sus fieles dejen de serlo, y que no se vayan a otra religión o se vuelquen al ateísmo.
No quiero criticar a la religión católica únicamente; como ejemplo cito la prohibición de mostrar en Jerusalén una réplica de el pensador de Rodin, aduciendo que está desnudo.
Muchos de los que aceptan la censura probablemente lo hagan porque suponen que así debe ser, porque ni siquiera se les ocurre cuestionar la autoridad del censor.
Otros – tal vez sin darse cuenta – le temen a la libertad.
Por ejemplo:
El miedo a dar los primeros pasos sin la «protección» de mamá y papá.
La angustia del primer día de clases, cuando nos dejan solos en el jardín de infantes.
El primer examen de diciembre o marzo. El primer final de la facu.
La primer entrevista laboral.
Nuestro primer día de trabajo.
El momento de decidir de irnos a vivir solos o en pareja.
Son sólo algunos de los momentos en que nos enfrentamos solos a la vida.
Muchos de ellos los enfrentamos obligados.
Otros son producto de nuestras decisiones. Y nos da miedo no sólo enfrentar esos nuevos desafíos, sino darnos cuenta de que nos equivocamos.
Seguramente son muchos más de los que nos imaginamos los que entran en esta categoría.
Pero independientemente de los motivos que provoquen la censura y la aceptación de la misma, el resultado es siempre el mismo: el empequeñecimiento de la persona, la estrechez de miras, la tendencia a sentirse inferior, y por lo tanto, estar propenso a ser «manejado» y «usado» por quienes tienen en claro que ejercer la censura da más que atenerse a ella.
La nota de opinión aparecida hoy en el diario Clarín, firmada por Roberto Saba (jurista, director ejecutivo de la asociación por los derechos civiles), es una clara, diría clarísima visión de la censura como fenómeno negativo.
Expone la idea de la libertad de expresión de modo que no queden resquicios por donde atacarla.
Vale la pena leerla, y si queda alguna duda, volverla a leer.