Fui, durante 11 años a un colegio religioso.
Fui bautizado, tomé la primera comunión, la confirmación, me casé por iglesia, bauticé a mis hijos.
De chico me había entusiasmado la idea de seguir el sacerdocio.
Quiero – se puede decir que desde adentro – criticar a mi iglesia.
Nunca me simpatizó la idea de un Dios que se arrepiente de lo que hace, que aniquila a sus «hijos», que se vuelve a arrepentir, y que en vez de detener el genocidio, decide salvar a unos pocos para que – endogamia mediante – se vuelva a poblar la tierra.
Tampoco me gusta un Dios que – como en la batalla de Jericó – ayuda a los atacantes a destruir las defensas y que da la orden de matar a todos los vencidos: hombres, mujeres, ancianos y niños.
Siempre imaginé que lo que realmente sucedía, era que algunos «vivillos» cometían todo tipo de desmanes «en nombre de Dios», justificando así sus atrocidades.
Luego llegó la «Santa Inquisición», con su fanatismo religioso y su morbosidad.
Los sacerdotes bendiciendo todo tipo de armamento.
Y en tiempos más cercanos, sacerdotes que acompañaron al poder, indiferentes a la «poca cristiandad» que manifestaban los actos de gobierno.
Un tal León Ferrari, catalogado como artista, del que no conozco nada de su obra, realizó una muestra avalada/auspiciada por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Los católicos reaccionaron contra la exhibición de manera virulenta. Hubo desmanes, la muestra debió suspenderse, y los «ofendidos» católicos recurrieron a la justicia para que ésta prohibiese que continuase la muestra.
La ¿justicia? determinó que era ofensiva y la prohibió.
Nuestra Constitución Nacional, nuestras leyes, las leyes internacionales, no permiten la censura – por lo menos en lo que al arte se refiere -, pero la jueza Liberatori – el apellido y su actitud no se condicen – la prohibió, y listo.
Hoy a la mañana, veo en un noticiero, que en la ciudad de Córdoba, capital de la provincia homónima, un grupo de católicos se enfrentó con un grupo de artistas y organizaciones que los defendían, porque no querían que realizaran obras que consideraban agraviantes a la virgen María.
Sobre ese tema, no sé mucho más, pero me bastó para decidirme a escribir algo que tengo atragantado desde hace ya mucho tiempo.
Mi religión – que es la misma que la de los censuradores – habla de perdón, humildad, tolerancia, y hasta de poner la otra mejilla ante una agresión.
Los que creen que defienden a mi religión, nunca hablan de perdonar, no son humildes, mucho menos tolerantes, y en muchos casos – me consta – toman por asalto la mejilla de quien no comulga con sus ideas para descargar allí su terrenal castigo.
Protestan por pelotudeces, porque si una muestra es ofensiva para los cristianos, aconsejen, adviertan a sus fieles que no vayan a verla, y sanseacabó.
Nunca escuché de manifestaciones para protestar contra los dichos y actitudes de monseñor Ogñenovich.
Jamás se hicieron marchas en repudio a los dichos y hechos del sacerdote Von Vermich con respecto a la dictadura.
Ni por asomo un pedido de que intervenga la justicia contra los sacerdotes rectores de las escuelas donde expulsan a las alumnas que quedan embarazadas.
Tampoco se pronuncian contra los sacerdotes pedofílicos…
En definitiva, jamás se jugaron – ni lo harán – como Jesucristo. Nunca irán a patear los puestos de los mercaderes en el templo. Si hasta llegaron a quedarse con dinero de la colecta +x- (más por menos).
¡Cómo me gustaría que fuesen más cristianos!